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jueves, 12 de abril de 2012

Vagón 37. Juego limpio

Ojalá no pare nunca el tren.

Nos pasamos todo el día jugando y aunque fuera hay nieve aquí se está calentito; tanto, que puedo estar descalza. Y nadie me regaña. Bueno, Juan algunas veces se pone un poco tonto, con eso de que él es mayor… se cree muy listo y no es para tanto.

Voy ganando al parchís y eso que cuento muy despacio. La mujer de los juegos me ayuda un poco, pero no hacemos trampas, no valen. Si las hiciéramos el juego no sería divertido. Sólo me ayuda a contar. Eso no es hacer trampas.

Mi mamá se olvidaba algunos días de llevarme al cole. No me importaba porque el cole no me gusta, pero tampoco me gustaba quedarme en casa. En casa hacía frío en invierno y mucho calor en verano. El tío Carlos no me dejaba descalzarme, no le gustaban los pies de nadie y no quería verlos. Ahora estoy descalza y le estoy dando pataditas a Juan. Verás cómo se enfada dentro de nada. La mujer de los juegos me está viendo y me está haciendo señas con los ojos para que pare, las dos nos estamos aguantando la risa. No quiero parar, me gusta chinchar a Juan. ¡Ay! ¡Me ha agarrado un pie!

—¿Y ahora qué? —Juan muestra el pie de Julia como si fuera un trofeo.

—Suelta, suelta, que ya me estoy quieta.

—No. No suelto. Ahora el pie es mío y… ¡me lo voy a comer!

No puedo parar de reír. Me está haciendo cosquillas con los dientes.

—¡Para, para!

Ojalá no pare nunca el tren.

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