Entra en un vagón

sábado, 14 de abril de 2012

Vagón 44. Con los ojos abiertos

Junto a la esquina, a la derecha de la puerta más cercana a la locomotora, la mujer del vestido negro abotonado hasta el cuello ha abierto los ojos por primera vez. Los ha cerrado enseguida. En ese lapso mínimo de tiempo la niña ha sentido una sacudida, la madera del vagón ha crujido y las ruedas han chirriado. Como nadie estaba mirando a la mujer, nadie ha relacionado sus ojos abiertos con la sacudida. Como nadie estaba mirando a la niña, nadie ha visto que se ha pillado la piel de uno de sus pulgares pequeños y tiernos con una de las tablas de su asiento. Ha preparado un doble fondo allí.

Por segunda vez la mujer ha parpadeado. La segunda sacudida también ha durado poco, la niña no se ha herido las manos pero se la ve preocupada. Quizá su compartimento secreto no sea seguro. Si el tren se mueve tanto, es posible que lo que oculta bajo el asiento no esté a salvo. Los golpes no son buenos. Tampoco la ausencia prolongada de luz.

Mientras piensa cómo solucionar holgura y oscuridad pierde su mirada en el fondo opuesto del vagón. Entonces ve los ojos abiertos de la mujer, las pupilas anormalmente grandes, anormalmente negras. Ve cómo la luz del exterior se vierte en ellas y el vagón queda a oscuras durante un momento. No está segura, pero cree que si se hubiera mirado las manos en ese instante no se las habría visto. De hecho, aunque tampoco está segura, tiene la impresión de haber dejado de sentir su cuerpo mientras miraba los ojos negros de la mujer.

En cuanto se asegurase de que había vuelto a cerrarlos recuperaría su manta.

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