Entra en un vagón

jueves, 31 de mayo de 2012

Vagón 37. Encadenando

La mujer de los juegos ha vuelto al vagón. Le pregunto que si ya han hablado con el padre de Juan y me dice que no con la cabeza. Sonríe. Está contenta.

—¿Y Juan?

Me dice que se ha quedado fuera jugando con otros niños. Si quiero, me puedo bajar con ellos, están haciendo un muñeco de nieve. Pero no quiero. Estoy enfadada con Juan por haber puesto triste a la mujer de los juegos. Bueno, ya no estoy enfadada porque ella está contenta.

—No hay ningún teléfono cerca —me explica—. Pero ya han subido comida al tren. Se acabó la coliflor hervida. —Vuelve a sonreír. Está muy contenta.

—¿Jugamos a las palabras encadenadas? —Me gusta mucho ese juego. Nos reímos mucho cuando nos atascamos y nos inventamos palabras que no existen.

—Si quieres… Empieza tú.

—Caracola.

—Lavandera.

—Ra… rábano. ¿Cómo te llamas?

martes, 29 de mayo de 2012

Vagón 42. Recuperando el tiempo perdido

Marta y Ester están desnudas y llevan rato mirándose el cuerpo y acariciándoselo. Marta se da la vuelta y Ester le pasa la mano por la espalda. Luego Marta se pone a los pies de Ester y se los acaricia. Se están resarciendo de los días de racionamiento en que hasta las miradas y las voces se reprimían. Había sido idea de Marta:

-Lo vamos a hacer como yo diga, sin emocionarnos mucho, sin gritar y sin movernos como locas. Cuantas más calorías ahorremos, mejor. Ah, y tú te quitas sólo la falda y yo me quito sólo el pantalón.

Ester se había quedado mirándola como pensando que se había vuelto loca:

-Pero si siempre lo hemos hecho desnuditas del todo…

-Pues mientras dure el racionamiento, no. Por lo que he dicho de no emocionarnos, que si te veo los pelillos, los pezones, el ombligo o los pies me entra un no sé qué que empiezo a morderte y se me van todas las energías.

-¿Si me ves los pies también?

-Pues claro, que los tienes muy bonitos.

Por eso llevan rato con la mirada de la una paseando por el cuerpo de la otra, porque ahora ya no hay barreras. O se miran a los ojos en actitud desafiante a ver cuál de las dos va a ser capaz de provocar más placer en la otra. Por fin Marta se sube al cuerpo de Ester, Ester se aferra a ella con los brazos y las piernas y empieza a moverse para frotar su cuerpo contra el de Marta. Marta le da un beso dulce y, al acabar, le dice en voz baja al oído:

-¿Y esa chupadita que me has prometido?

-Pues ya te estás poniendo contra la ventanilla.

domingo, 27 de mayo de 2012

Vagón 72. Adrián (3)

Sentado en una roca a unos metros del convoy, Adrián siente el viento y cómo éste le desordena el pelo. Siente el sol que calienta su rostro y todo su cuerpo. Siente el frío vigorizante que eriza el vello de sus brazos descubiertos. Pero nadie sería capaz de apreciar ninguno de estos detalles.

El convoy paró hace unos minutos y, siguiendo las indicaciones del médico, el maquinista reposa tumbado en la nieve, por fin tranquilo, libre de espasmos. Mientras, algunos pasajeros se han acercado a la única construcción que se divisa en el horizonte. Suponen que será una granja y albergan la esperanza de encontrar suministros …

Nadie reprocha a Adrián que dejara el estuche encima de su asiento y se alejara unos pasos, en lugar de acompañar a los expedicionarios o de ayudar al médico y la camarera con el maquinista. Ni una mala mirada, ni un comentario susurrado a sus espaldas.

Y nadie se le acerca, nadie hace ruido alguno, mientras acaricia el violín y construye esa melodía hechizada, temerosos de romper el embrujo, ansiosos de escuchar más y rogando no termine nunca ese momento.

Adrián toca. Toca como siempre lo ha hecho. Siendo uno con la música, fundiéndose con el violín, dando gracias.

Y con una gran sonrisa en su sereno rostro.

viernes, 25 de mayo de 2012

Vagón 42. De vuelta a las andadas

El abuelo estaba preocupado. Las dos últimas veces que había encendido el ordenador para comprobar por los monitores del vagón 42 cómo les iba a Marta y a la otra figurita se las había encontrado formalitas: vestidas, sentadas y hablando. Nunca antes las había visto así; es más, nunca antes las había visto vestidas.

El abuelo se había quedado mirándolas y escuchando lo que decían para ver si se enteraba de lo que les ocurría. Pero estaban calladas. Dedujo que no se habían peleado porque estaban sentadas una junto a la otra y cogidas de la mano pero se extrañó de que no se besaran ni se acariciaran.

El abuelo no sabía que se estaban conteniendo por la falta de alimentación y ahora ya está tranquilo porque acaba de encender el ordenador y las ha vuelto a encontrar desnudas. Ester está tumbada boca arriba mientras Marta, recostada a su lado, la mira y le acaricia los pelillos con el dorso de la mano. El abuelo escucha. Y Marta dice:

-Tienes un cuerpo precioso.

-Pues tú más.

-No, tú más.

-Que no, que tú…

miércoles, 23 de mayo de 2012

Vagón 37. En medio de ninguna parte

El tren por fin se ha detenido. Tiene gracia, tenía miedo de que no pudiera parar y ahora daría lo que fuera por que siguiera en marcha. Si quiere llamar a su padre… habrá que llamar a su padre. Supongo que ha llegado el momento de que sepa la verdad. Al menos una parte. La parte.

—De acuerdo, bajemos a buscar un teléfono. —Le tiendo la mano decidida, como estuviera segura de lo que hago—. Julia, ¿tú también quieres llamar a tu madre? Vamos; todos abajo.

—No, no… yo no quiero. —Mi niña abre mucho los ojos para hacer más grande su negativa—. Yo os espero aquí, no quiero bajar del tren.

—Vale, pero no salgas del vagón, ¿de acuerdo?

Julia sube sus pies descalzos al asiento y niega con la cabeza, no puede hablar porque se ha llenado la boca de galletas. Sonrío y le doy un beso. Me la comería a besos. Mi princesita guapa.

Aunque nos hemos abrigado, fuera del tren hace frío. Creo que hemos parado en medio de ninguna parte. Pero están cargando cajas, ¿de dónde las traen? El revisor me cuenta que hay una granja abandonada, miro hacia donde señala y sí, puedo ver un edificio destartalado que podría ser una granja. Le pregunto que si allí ahí teléfono, me dice que no. Respiro aliviada y miro a Juan para que me confirme que entiende que no puede llamar a su casa. ¿Dónde está? Allí, haciendo un muñeco de nieve junto a otros niños.

—¡Juan! Ven, por favor. —Me giro hacia el revisor—. ¿Le importaría repetirme lo del teléfono delante del niño?

No parece que le haya incomodado mucho el no poder llamar. Tal vez no sea el momento de que sepa la verdad. Ni siquiera una parta. La parte.

Dejaré que juegue con los otros niños hasta que nos pongamos en marcha. ¿Quién es ésa? ¿La camarera “simpática”? Sí, es ella. Parece que para ese pasajero sí habrá carne. Qué tontas nos ponemos cuando nos enamoramos. En fin, subiré a hacerle compañía a Julia, mi niña bonita.

—¡Juan! Yo vuelvo al tren, en cuanto suene el silbato subes, ¿vale?

—¡Sí, mamá!

martes, 22 de mayo de 2012

Vagón 21. Ese pequeño bypass de dos horas

En este tren es mejor correr las cortinas para no ver lo que ocurre fuera. El mundo ya no es el mundo. Rodar sobre las vías es ahora la vida, el planeta, la civilización.

Claire tiene un par de horas libres a la semana y nos parece normal a todos. Nosotros, los viajeros, no tenemos que hacer nada al cabo de cada día, mientras ella no puede dejar de atender con sumisión de esclava ni un solo minuto su restaurante. Dijeron que todo iba a cambiar y era cierto. Cambio a peor. Pero solo para algunos.

Ahora, en ese pequeño bypass de dos horas, atajo de la rutina, Claire está desnuda frente a mí. Mientras me besa la cara interna de los muslos, me juro a mí mismo que me pondré un delantal y ayudaré en todo lo que pueda a que este tren sea un poco más acogedor para todos. La llamo Elisa y levanta la cabeza. La llamo Claire y me siento libre de pasados.

La nieve precede al verano. Invariable.

lunes, 21 de mayo de 2012

Vagón 44. Moebius

Sin saber cómo, Yamila volvía a estar sentada en su departamento, con Pelusa en los brazos. Si hubiera sido un gato habría ronroneado. Procuró alejar de su mente la idea del gato. No le apetecía materializar otro bicho del que hacerse cargo. Obtenerlos era sencillo, pero deshacerse de ellos resultaba imposible la mayoría de las veces.

Pelusa saltó de su regazo, encogió de repente y se coló debajo del asiento. Se había abierto la puerta del compartimento de Luz y una oscuridad antinatural invadía el rectángulo de pasillo sobre el que debían haberse proyectado los rayos lechosos de aquel sol de invierno oculto tras las nubes.

Sí, debían de haber parado. Esa vez no se levantó, ni la mujer de negro cerró los ojos. Continuó comiéndose el pasado.

domingo, 20 de mayo de 2012

Locomotora. Volver a estar en marcha

La recuperación ha sido espectacular. El maquinista, hasta hace un rato zombi febril, está ahora como una lechuga, dispuesto a poner pronto este convoy de nuevo a volar sobre los raíles. El revisor y el doctor han hecho inventario de los víveres conseguidos, con ayuda de algunos pasajeros que todavía trajinan pie a tierra. Dicen que en unas horas podremos volver a estar en marcha. Pronto tendré los armarios del restaurante repletos de nuevo. Ha sido un día divertido. Hacía siglos que no jugaba en la nieve.

sábado, 19 de mayo de 2012

Vagón 72. Ángel (3)

¿El joven del violín? Bueno, suponía que aquel estuche albergaba en su interior un violín, vamos, tenía toda la pinta. Pero: ¿y si en lugar de un violín transportara una metralleta, como en las pelis de gánsters?

“Déjate de tonterías, que mira que se te dispara la imaginación y luego no sabes pararla …”, pensó mientras su boca esbozaba una sonrisa por primera vez en mucho tiempo.

Un gánster bueno, con conciencia, que huye de “la familia” porque es incapaz de cumplir las violentas y despiadadas directrices de su condición de miembro de la mafia y desafía a su “padrino”, que manda en su persecución, uno tras uno, a asesinos sin escrúpulos, alma, ¡ni corazón!

“No, DEBE ser un violín”, se obligó a repetir, intentando contener sus pensamientos y apartando la mirada, volviéndola hacia el paisaje que se adivinaba blanco en la penumbra de la noche.

“¿Sabrá tocarlo? Me encantaría preguntarle.”

De pequeño estudió piano. Su madre se empeñó en apuntarle a mil y una cosas con la esperanza de que se fuera curando lo de su timidez y su fobia social: Tenis, inglés, kárate, piano… Los deportes no eran lo suyo, desde luego, ahora bien, la música era otra cosa. Nunca fue bueno, pero le abrió la vida a un mundo que le embriagó y del que ya no pudo separarse nunca. Solo hizo un par de cursos, con aquella profesora encantadora, Aurora, que luego cambió de ciudad, dejándole huérfano y triste. Su madre le apuntó al conservatorio pero tuvo que desistir después de que una extraña fiebre dejara a Adrián postrado en cama casi una semana, entre vómitos y sudores.

“Sí me encantaría preguntarle si es un violín lo que guarda en su estuche. Y si sabe tocarlo.”

“Y me encantaría preguntarle cómo se llama.”

viernes, 18 de mayo de 2012

Vagón 44. Hágase la luz

Yamila acarició a su pelusa negra. En realidad no era una pelusa. En realidad no era nada. Había visto, mucho antes del tren, una película de dibujos animados en la que aparecían pequeñas motas de polvo con ojos. Le gustaron, quiso una y la obtuvo. Se le daba bien obtener cosas.

La pelusa no tenía nombre pero Yamila la llamaba Pelusa. Con mayúscula. Se sabía mayor para mascotas y poco recomendable para madre, pero le había cogido cariño. Fuera del tren, Pelusa vivía de manera independiente. Dentro necesitaba que Yamila la protegiese de los demás. A aquellas motas de polvo no les gustaba la gente. Se asustaban y tendían a desaparecer. Pelusa, además, replicaba las emociones de Yamila. Si la niña dejaba de prestarle atención, Pelusa desaparecería.

Las palmas de Mari Luz también guardaban otras vidas. Dentro de los surcos que le había permitido ver se movían seres muy pequeños. A Yamila le habían parecido reales, aunque no tenía la menor idea de lo que eran. Procuraba no pensar en ellos muy a menudo para no obtener uno de ellos por error.

Pelusa saltó de su regazo, encogió de repente y se coló debajo del asiento. Se había abierto la puerta del compartimento de Luz y una oscuridad antinatural invadía el rectángulo de pasillo sobre el que debían haberse proyectado los rayos lechosos de aquel sol de invierno oculto tras las nubes.

–Tranquila, Pelu. Vuelvo ahora mismo.

Por debajo del asiento asomaron dos ojitos blancos de pupilas negras como las hormigas y Yamila sonrió. Parecía que Pelusa se acostumbraba a aquella otra presencia.

La mujer cerró los ojos en cuanto sintió los pasos de la niña.

–Creo que hemos parado.

Yamila se sobresaltó. Bajo sus pies el tren continuaba con el vaivén monótono que le conocía desde que lo tomara. Tras las ventanas el paisaje pasaba un poco a cámara lenta.

–El tren se mueve.

–Se mueve, sí…

Yamila observó los árboles que raleaban en el exterior. Tenía la sensación de haberlos visto antes.

jueves, 17 de mayo de 2012

Vagón 43. Preguntas

Las cosas no van bien en el tren, no sé exactamente lo que pasa, pero hay mucho movimiento por los pasillos y veo a la gente bastante nerviosa. El convoy ha ido dando frenazos y finalmente se ha parado; estamos en un lugar inhóspito, donde parece que no hay nadie salvo algunos pasajeros que han bajado al andén. Algo le ha pasado al maquinista porque veo que lo llevan en brazos y lo acuestan sobre la nieve, no sé por qué harán semejante cosa. A lo mejor está enfermo.

Desde la última visita, que fue aquel hombre de la gabardina, no he hablado con nadie. Mi vagón es una isla de tranquilidad y tal vez estoy demasiado aislada. Si sucede algo a lo mejor debiera salir y preguntar si puedo ayudar.

Pero no me siento capaz, vivo como sumergida en una nube que me abraza y me impide moverme. Me doy cuenta, mirando a través de la ventanilla, de que ha nevado, el campo se ve blanco y algodonoso, la luz es difusa y llena de colores suaves, debe de hacer mucho frío. ¿Dónde estaremos?, ¿adónde vamos? Y, en realidad, ¿de dónde venimos? ¿Qué hago aquí? Demasiadas preguntas para una mente que está sumergida en cloroformo, que no quiere pensar, ni analizar, ni sentir. Que se deja llevar sin más hacia donde el destino haya dispuesto.

Uno de los revisores se acerca al tren con un carro lleno de cestos, parece comida; tendré que salir de aquí si quiero comer algo, desde que el revisor me trajo las galletas María y el botellín de agua, no he tomado nada. De paso me enteraré de lo que está sucediendo y preguntaré si puedo ayudar.

martes, 15 de mayo de 2012

Vagón 44. Buenos días (2)

–Verá –la niña buscaba las palabras con mucho cuidado–, me gustaría mucho que me dijese el suyo, su nombre. Ya sabe, para estar en igualdad de condiciones.

La mujer sonrió y volvió las manos hacia arriba de modo que la niña pudiera ver sus palmas llenas de líneas marcadas como surcos.

–Tú ya sabes lo que ocurre cuando yo abro los ojos. Sin embargo yo no sé qué has escondido debajo de tu asiento, sólo conozco tu nombre. Creo que en realidad me llevas ventaja.

Los pies de la pequeña bailaban en el aire al compás del traqueteo.

–Eso es verdad.

Las dos se quedaron muy calladas, una frente a la otra. Un rato después parecía que se hubiesen olvidado.

Cuando la niña hizo ademán de levantarse, la mujer reprodujo el gesto como un espejo. Yamila parpadeó, incrédula. Incluso parecía que la otra había menguado para igualar su estatura.

–La gente tiene miedo a la oscuridad. Es absurdo. A mí sólo me asusta lo que se oculta en la luz. La luz es traicionera. La luz produce espejismos y alucinaciones, los fuegos fatuos iluminan caminos falsos que llevan a la muerte.

Yamila volvió a su asiento frente a la mujer.

–Mi nombre, por supuesto, es Luz. Mari Luz; y lo detesto por lo que muestra y por lo que oculta.

En el compartimento de Yamila lo que había escondido bajo el asiento se alteró.

domingo, 13 de mayo de 2012

Vagón Restaurante. Otra tostadita

Hacía días que Marta y Ester añoraban la rutina de sentarse frente a frente en el vagón restaurante y prepararse las tostadas la una a la otra. Pero ahora ya ha acabado el racionamiento y se han comido las dos sus tostadas, la una de mantequilla y la otra de mermelada. Se están mirando las dos cogidas de la mano y, de repente, Ester empieza a preparar otra tostada de mermelada. Entonces Marta dice:

-Pero si ya nos hemos comido dos.

-Hoy necesitamos comer muchas calorías porque, con los días que llevamos haciéndolo sólo una vez… Bueno, que quiero que nos pasemos el día dándonos besitos y lo que no son besitos.

Piden otro café con leche para mojar las tostadas y, al acabar, se cogen de la mano para volver a su compartimento pero, al llegar a la primera plataforma de separación entre vagones, Marta mira alrededor y, al no ver a nadie, arrincona a Ester, la abraza, se estrecha contra ella y le da un beso dulce y largo. Al acabar Ester le dice en voz muy baja al oído:

-Te voy a dar una chupadita que te voy a dejar turulata.

Marta se estremece y le pregunta también en voz muy baja al oído:

-¿Ah, sí? ¿Y dónde?

Aprovechando que Marta lleva falda, Ester le pasa la mano por debajo, la busca, le aparta las braguitas y, al encontrarla, le da un suave pellizco:

-Te la voy a dar aquí pero me vas a sentir aquí.

Saca la mano y le señala con el dedo el corazón.

Marta coge la mano de Ester y tira de ella para llevársela corriendo hacia el compartimento.

viernes, 11 de mayo de 2012

Vagón 7. Diario gráfico

Dibujo para el convoy 89 desde el vagón 7, sobre papel reciclado
Estoy enfadada o enfadado, no sé. El sexo es para débiles. El caso es que llevo horas encerrado en el aseo del tren para evitar las miradas de los asientos vacíos, sé que por un motivo u otro no les caigo bien. Hoy no estoy de humor, sólo pienso en salir y dislocar esos cuellos anónimos mientras duermen, qué gran idea, después podría retocarlos a mi gusto, tengo el material suficiente, es más, sólo tengo pinturas en la maleta. Que magnifica idea, ¡esculturas orgánicas!, seguro así por fin conseguiré el reconocimiento que me merezco.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Vagón 37. Comer y callar

Estamos todos callados desde que Juan ha dicho lo de su padre. Ni bosque blanco ni nada. Comer y callar, eso es lo que hemos hecho. Hasta le hemos dado las gracias muy bajito al revisor cuando nos ha dado las galletas.

Juan es tonto, no sé por qué se tiene que acordar ahora de su padre. Con lo bien que lo estábamos pasando. Yo me acuerdo de mi madre, pero no quiero llamarla. Y al tío Carlos menos. Juan es tonto.

—¿De verdad quieres llamar a tu padre? —La mujer de los juegos al fin habla.

—Es que… estará preocupado.

—¿Y si te digo que no lo está?

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé. —La mujer parecía estar escondiendo alguna lágrima—. ¿Lo echas de menos? ¿Quieres volver a tu casa?

—No… no es eso. Es que no quiero que se preocupe. Nada más.

La mujer de los juegos está triste. Pobrecita. Juan es tonto. Qué buenas están estas galletas. Y qué tonto es Juan. 

lunes, 7 de mayo de 2012

Vagón 5. Azul

Todo es azul. Un azul tenue, apenas iluminado. No veo nada más, pero me siento protegido. Estoy dentro de una cálida burbuja azul.

Estoy muerto. ¿Esta es la muerte? Tengo un fuerte dolor en la nuca. El estridente pitido de la locomotora resuena desde el centro de mi cabeza y el dolor se multiplica...

¿Pitido? ¿Es lo que escucho? Y el traqueteo... ¿Cómo puedo oírlo, si estoy muerto? Quiero quedarme en este azul...

Pero el azul desaparece de golpe. Y veo un rostro que se inclina sobre mí, con los ojos desorbitados por el asombro:

— ¡Está vivo! ¡Es un milagro!

jueves, 3 de mayo de 2012

Vagón 21. Elisa/Claire

He ayudado a la camarera y al doctor a bajar al maquinista y enterrarlo en la nieve. Algunos pasajeros han ido a ayudar al revisor en la búsqueda de comida. Otros han bajado a estirar las piernas, como si el eterno viaje fuese en un autobús de escuela.

El maquinista se ha dormido. Necesitaba descansar, el hombre. Mientras el doctor se ha quedado controlando cómo le baja la fiebre, la camarera y yo hemos podido hablar. Me ha dicho que se llamaba Claire y yo le he respondido que la llamaré Elisa. Su familia era francesa, pero nació en Copenhague. Pronto se trasladó toda la familia a Sudamérica, cuando ella era una cría, así que no sabría decir de dónde es. Y por si no hubiera viajado suficiente, ahora era camarera en un tren condenado al perpetuo movimiento.

Acabamos de conocernos, pero no sabemos cuánto tiempo estaremos parados ni cuánto tiempo tardaremos en volver a parar, así que nos hemos dedicado a tirarnos bolas de nieve como dos adolescentes. En plena batalla, he sentido cómo se me secaba la garganta. Al caer rodando por el suelo nevado sobre Elisa/Claire, nuestros labios se han rozado…

martes, 1 de mayo de 2012

Locomotora. La granja

Por desgracia hemos parado en un páramo. El doctor y la camarera han bajado al maquinista y lo han enterrado en la nieve, para que le baje la fiebre.

Yo he ido a la única edificación a la vista, una granja cercana, para ver qué encontraba. Era de esperar que estuviera abandonada, pero no ha dejado de sorprenderme encontrar toda esta cantidad de latas y frascos de conservas. Los habitantes de la granja pensaron que sobrevivirían con todas esas existencias, claro, pero no había ni rastro de ellos. Con ayuda de algunos pasajeros hemos traído todo lo que hemos encontrado en la granja que fuera comestible.

El maquinista, cubierto por completo de nieve, ha podido por fin descansar.