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jueves, 17 de mayo de 2012

Vagón 43. Preguntas

Las cosas no van bien en el tren, no sé exactamente lo que pasa, pero hay mucho movimiento por los pasillos y veo a la gente bastante nerviosa. El convoy ha ido dando frenazos y finalmente se ha parado; estamos en un lugar inhóspito, donde parece que no hay nadie salvo algunos pasajeros que han bajado al andén. Algo le ha pasado al maquinista porque veo que lo llevan en brazos y lo acuestan sobre la nieve, no sé por qué harán semejante cosa. A lo mejor está enfermo.

Desde la última visita, que fue aquel hombre de la gabardina, no he hablado con nadie. Mi vagón es una isla de tranquilidad y tal vez estoy demasiado aislada. Si sucede algo a lo mejor debiera salir y preguntar si puedo ayudar.

Pero no me siento capaz, vivo como sumergida en una nube que me abraza y me impide moverme. Me doy cuenta, mirando a través de la ventanilla, de que ha nevado, el campo se ve blanco y algodonoso, la luz es difusa y llena de colores suaves, debe de hacer mucho frío. ¿Dónde estaremos?, ¿adónde vamos? Y, en realidad, ¿de dónde venimos? ¿Qué hago aquí? Demasiadas preguntas para una mente que está sumergida en cloroformo, que no quiere pensar, ni analizar, ni sentir. Que se deja llevar sin más hacia donde el destino haya dispuesto.

Uno de los revisores se acerca al tren con un carro lleno de cestos, parece comida; tendré que salir de aquí si quiero comer algo, desde que el revisor me trajo las galletas María y el botellín de agua, no he tomado nada. De paso me enteraré de lo que está sucediendo y preguntaré si puedo ayudar.

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