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martes, 15 de mayo de 2012

Vagón 44. Buenos días (2)

–Verá –la niña buscaba las palabras con mucho cuidado–, me gustaría mucho que me dijese el suyo, su nombre. Ya sabe, para estar en igualdad de condiciones.

La mujer sonrió y volvió las manos hacia arriba de modo que la niña pudiera ver sus palmas llenas de líneas marcadas como surcos.

–Tú ya sabes lo que ocurre cuando yo abro los ojos. Sin embargo yo no sé qué has escondido debajo de tu asiento, sólo conozco tu nombre. Creo que en realidad me llevas ventaja.

Los pies de la pequeña bailaban en el aire al compás del traqueteo.

–Eso es verdad.

Las dos se quedaron muy calladas, una frente a la otra. Un rato después parecía que se hubiesen olvidado.

Cuando la niña hizo ademán de levantarse, la mujer reprodujo el gesto como un espejo. Yamila parpadeó, incrédula. Incluso parecía que la otra había menguado para igualar su estatura.

–La gente tiene miedo a la oscuridad. Es absurdo. A mí sólo me asusta lo que se oculta en la luz. La luz es traicionera. La luz produce espejismos y alucinaciones, los fuegos fatuos iluminan caminos falsos que llevan a la muerte.

Yamila volvió a su asiento frente a la mujer.

–Mi nombre, por supuesto, es Luz. Mari Luz; y lo detesto por lo que muestra y por lo que oculta.

En el compartimento de Yamila lo que había escondido bajo el asiento se alteró.

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